El 18 de Febrero de 1451, subió al trono Mehmed II. El joven sultán demostró desde el primer momento una disposición pacífica. Aseguró a los mensajeros del emperador de Bizancio, Constantino XI Dragasés (1449-1453), su voluntad de mantener la paz. También renovó la paz con Venecia y con Juan Hunyadi, regente de Hungría y principal enemigo de los otomanos.
Todo la Cristiandad occidental interpretó sus intenciones amistosas como debilidad. Sin embargo, nadie estaba en condiciones de emprender acciones; todos tenían sus propias preocupaciones. El Sacro Imperio Romano Germánico, estaba demasiado ocupado reivindicando su derecho a los tronos de Hungría y Bohemia. Francia bastante tenía con intentar rehacer su país tras la convulsión de la Guerra de los Cien Años (1337-1453) y ocuparse de un vasallo peligroso, el Duque de Borgoña, cuyas tierras y riquezas eran mucho mayores. Tampoco Inglaterra, debilitada por los desastres de las guerras con Francia, y gobernada por un rey pusilánime, Enrique VI, era poco proclive a derrochar soldados en aventuras externas. En una postura similar se mantuvieron los Reyes de Castilla y Portugal, pues ya tenían suficiente con combatir al infiel en su propia casa. El único monarca que tuvo interés por Oriente fue Alfonso V de Aragón (1416-1458), quien había ocupado el trono de Nápoles en 1443, y que manifestó su afán por dirigir una expedición a Bizancio.
Mehmed II, el Conquistador |
Mehmed dio orden de ocupar las plazas bizantinas de Mesembria, Anquialo, Bizo y otras. A fin de debilitar a los eventuales aliados de Constantino y de impedirles acudir en su socorro, ordenó llevar a cabo la misma operación en Albania contra Skanderberg, líder de los albaneses, a quien le fue imposible participar en la batalla de Constantinopla. De esta manera, Mehmed declaró la guerra a Constantino.
Por otra parte, el papa Nicolás V (1447-1455) presionaba a Constantino mandando a Constantinopla al cardenal Isidoro de Kiev, con la misión de insistir en que Constantino obligara a su clero a someterse a la Iglesia de Occidente. El 12 de Diciembre de 1452, se celebró un oficio en Santa Sofía, proclamando solemnemente la unión de la Iglesia Oriental con la Iglesia Occidental, en presencia de Constantino XI. Su único resultado fue aumentar la irritación de los adversarios de la unión. Fue entonces cuando el megaduque Lucas Notaras, uno de los más altos dignatarios bizantinos, pronunció la famosa frase: “Antes el turbante de los turcos que la mitra de los latinos”.
Constantino no podía esperar mucha ayuda de Occidente. Juan Hunyadi se excusó en la situación interna de Hungría y sus acuerdos con Mehmed. En cuanto a los estados italianos, tenían considerables intereses en oriente, con el que realizaban la mayor parte del comercio. Venecia disfrutaba de importantes prerrogativas en Constantinopla y era dueña de un barrio entero en el Cuerno de oro. Génova también tenía, al otro lado del cuerno de oro, el barrio de Galata-Pera, centro comercial y de enlace con sus enclaves del mar negro. Sin embargo, ambas tenían en mayor interés llevarse bien con el turco, la nueva potencia con la que indudablemente habría que contar un día en Oriente. Tras muchos meses de debates, Venecia, La Serenísima, decidió enviar diez galeras al mando del capitán Jacobo Loredan, pero jamás llegaron jamás a Constantinopla. Junto con los navíos enviados por el Papa, se utilizaron para proteger las posesiones venecianas en el mar Egeo después del hundimiento de Bizancio. En Génova, los consejeros de la república decidieron enviar tropas para defender Galata-Pera y escribir al rey de Francia y a los demás príncipes cristianos pidiendo que acudieran en socorro de Constantino. Tampoco los príncipes ortodoxos podían prestar auxilio. El Gran Príncipe de Rusia, Basilio II (1425-1462), se hallaba demasiado lejos y tenía que solucionar múltiples conflictos en su país; los llamamientos que se le hicieron fueron inútiles. Además, Rusia estaba muy ofendida por la proclamación de la unión de las dos Iglesias. En Albania, Skanderberg seguía siendo una espina para Mehmed, pero no tenía buenas relaciones con los venecianos.
El socorro occidental a Bizancio fue obra de personajes aislados y de mercenarios, pero en ningún caso de los gobiernos. Se limitaría a los doscientos hombres llegados de Quíos con Leonardo e Isidoro de Kiev, a los que se sumarían seiscientos o setecientos mercenarios de la misma isla bajo el mando del genovés Giovanni Giustiniani-Longo, un soldado de profesión a quien el emperador nombró strategos autocrator, responsable de la defensa terrestre de la ciudad. Giustiniani era un joven militar perteneciente a una de las grandes familias de la República genovesa y pariente de la poderosa familia de los Doria. Tenía fama de ser muy experto en la defensa de ciudades amuralladas. El capitán veneciano Gabriel Trevisano, encargado de proteger los navíos del mar Negro, se sumó a los defensores. La colonia veneciana de Constantinopla, dirigida por Girolamo Minotto, ofreció apoyo incondicional. Los catalanes que habitaban en la ciudad, con intereses económicos puestos en la misma, también decidieron unir sus fuerzas con Bizancio bajo la organización del cónsul Pere Julià. El pretendiente otomano, Orhan, que había vivido desde su infancia en Constantinopla, ofreció sus servicios al emperador.
Mehmed había conseguido uno de sus objetivos: aislar la ciudad y cortar sus fuentes de abastecimiento y los accesos por donde podrían llegar las posibles ayudas. Disponía de un poder de fuego formidable, increíble para su tiempo. La destrucción provocada por la artillería y su efecto psicológico serían uno de los principales elementos del éxito del plan de conquista de Constantinopla. El 5 de Abril de 1453, el ejército turco, de unos 150.000 hombres y formado por jenízaros, arqueros, ballesteros y arcabuceros, llegaba a Constantinopla.
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