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"La historia es el progreso de la conciencia de la libertad". Hegel

lunes, 31 de enero de 2011

La caída de Constantinopla (II)

En los siglos de oro del Imperio la fortificación que defendía Bizancio había sido inexpugable. Sin embargo, el Basileus no podía, dado el estado que se encontraba el tesoro, mantener en condiciones aquellos muros. Tenía otro motivo para reducir la defensa: la falta de soldados, en total unos 4774 bizantinos, a los que hay que añadir los 200 hombres llegados con Leonardo de Quíos e Isidoro de Kiev, así como los 500 o 600 traídos por Giustiniani y algunos centenares de voluntarios y mercenarios de muy diversa procedencia, el número de defensores de Constantinopla no sobrepasó los 8000, extremadamente poco frente a los 150000 otomanos poderosamente armados. La artillería de Constantino también era débil comparada con las 150 o 170 unidades de Mehmed II y la flota de Constantino no era mejor que su ejército o su artillería. Bizancio, casi abandonada por la Europa cristiana, afrontaba en las peores condiciones el combate que debía decidir su suerte para siempre. Constantino no lo ignoraba y fue ciertamente sin hacerse ilusiones como rechazó, en vísperas de los primeros asaltos, la propuesta de Mehmed, que le prometía, con esta condición, “dejar a salvo a los habitantes, con sus mujeres, sus hijos y todos sus bienes, permitiéndoles dedicarse a sus negocios”. El sultán había querido ocupar Constantinopla sin combatir y, sobretodo, sin que fuera entregada al pillaje de sus tropas.
Puerta de Bucoleon, defendida por los catalanes de Julià
El 6 de Abril, el emperador abandonó el palacio de Blanchernes probablemente convencido de que no volvería jamás a verlo, e instaló su puesto de mando cerca de la Puerta de San Román, en el Mesoteiquion, casi en frente del campamento del sultán. A su flanco derecho estaba el genovés Giustiniani, en la Puerta de Carisio, y tenía consigo a sus mercenarios llegados desde Génova y Quíos. Giustiniani, que desde su llegada había tomado en sus manos la organización de la defensa, desempeñaría una función importante durante el asedio. Los hermanos Bocchiardi y sus hombres ocupaban el Miriandrion, al lado de la Puerta de Carisio. A la izquierda del emperador estaba Cattaneo con sus tropas genovesas y, junto a él, un pariente del emperador, Teófilo Paleólogo, con tropas griegas, que custodiaban la puerta Pegae. El palacio y el sector próximo habían sido confiados al embajador Girolamo Minotto con sus voluntarios venecianos. La defensa de los otros sectores había sido repartida entre bizantinos y latinos en número casi igual, aunque estos últimos se encargaban de la defensa de las zonas más sensibles. Los catalanes, a cuya cabeza se encontraba el cónsul Pere Julià, defendían el sector de Bucoleon (Puerta Imperial marítima). Orhan se ocupaba con sus pocas decenas de turcos del sector del puerto de Eleftheros, también en el Mármara. No lejos de allí, el cardenal Isidoro de Kiev y el arzobispo de Mitilene, Leonardo de Quíos, debían defender el sector cercano al palacio de los Manganes. Las orillas del Cuerno de Oro estaban custodiadas por los marinos al mando del capitán Gabriel Trevisano, mientras que su compatriota, Alviso Diedo, fue nombrado capitán de los barcos anclados en el puerto. En la ciudad habían quedado dos destacamentos de reserva, uno al mando del megaduque Lucas Notaras, acantonado en el barrio de Petra, pegado a las murallas terrestres y provistos de cañones móviles; y otro al mando de Nicéforo Paleólogo, cerca de la iglesia de los Santos Apóstoles, en la loma central. El emperador dio la orden de tender la cadena del Cuerno de Oro. Diez barcos fueron separados de la flota para custodiarla. La susodicha cadena estaba sujeta por uno de los extremos a la Torre de Eugenio, bajo la acrópolis, y por el otro a la torre de las murallas marítimas de Pera.
Hacia el 12 de Abril comenzó el bombardeo, día y noche, durante muchos días, las balas golpearon el recinto, destruyendo almenas, casamatas y torres, y dañando el muro pero sin lograr abrir grandes brechas. En numerosas ocasiones los griegos trataron también de realizar escaramuzas que, sin embargo, les costaban demasiado caras, y ya no hicieron más. Transcurrió una semana sin grandes resultados. Las defensas habían sido dañadas y destruida la torre de San Román, pero Giustiniani había hecho reparar inmediatamente esta zona de la muralla. Mehmed decidió entonces ampliar sus ataques, estimando que dada la debilidad numérica de sus tropas, Constantino no podría luchar en todas partes, por tierra y por mar. El almirante Baltaoglu recibió la orden de atacar a las naves que bloqueaban el Cuerno de Oro y de forzar la cadena, pero sin éxito alguno.
Para saltar la cadena, decidió transportar a través de colinas y barrancos una parte de la flota desde el fondeadero de Diplokionion en el Bósforo, hasta Peghi, en el interior del Cuerno de Oro, separados por una distancia de 4,4 kilómetros. Los soldados y la tripulación recibieron la orden de cortar árboles y maleza por el recorrido indicado y, después, armaron una especie de resbaladero, hecho de vigas de madera ensambladas, sobre las que se colocaron rodillos de madera untados de grasa, de aceite y de talco. Los griegos, incapaces de impedir esta operación, estaban estupefactos. Su situación se había agravado singularmente. Las tropas Constantino XI eran ya insuficientes en número y ahora había que retirar hombres de las posiciones que mantenían  para proteger las murallas de esa zona. Fue así como la defensa perdió el control sobre el Cuerno de oro.
Otra estrategia turca fue la de cavar túneles bajo la muralla para hacer estallar minas, sobre todo en el sector del palacio de las Blanchernes; los griegos los descubrían y colocaban contraminas, gracias a la pericia del ingeniero germano Johannes Grant. Pero a Mehmed ya se le había ocurrido otra cosa. La mañana del 18 de Mayo lo defensores quedaron horrorizados al ver una gran torre de madera sobre ruedas, levantada fuera de las murallas del Mesoteiqueion. Consistía en un armatoste de madera recubierto de tiras de piel de buey y de camello, con peldaños en su interior que conducían a una plataforma elevada, de la misma altura que la muralla exterior de la ciudad. Se había colmado parte del foso con cascotes, piedras, tierra y broza, y se había hecho avanzar la torreta sobre el terraplén para probar su resistencia. Pero durante la noche, algunos defensores se deslizaron fuera y colocaron barriletes de pólvora en el terraplén. Cuando les prendieron fuego, se oyó una gran explosión y la torreta quedó envuelta en llamas, para luego derrumbarse y matar a los que se hallaban en su interior. Idéntico fracaso sufrieron otras torres de asalto construidas por los turcos. El día 23, día de la victoria final en los túneles, las esperanzas cristianas sufrieron un terrible golpe. Esa tarde fue avistado un navío navegando por el Mármara y perseguido por barcos turcos. El barco griego había estado rastreando de un lado a otro todas las islas del Egeo, sin hallar ningún barco veneciano ni rumores de barcos en perspectiva. Esto quería decir que ninguna potencia cristiana iba a unirse a la batalla a favor de Constantinopla, y debía afrontar sola su irremediable destino.
Aproximadamente tres horas antes del alba del martes 29 de mayo, Mehmed, que estuvo al mando de sus tropas del principio al fin, dio la señal de ataque, primero frente a la puerta de San Román, y después a lo largo de toda la muralla. El sultán había decidido que sus unidades irían al combate en tres oleadas sucesivas. Los irregulares (basibuzuk), en su mayoría cristianos atraídos por el botín, se lanzaron al asalto. Su misión consistía en cansar a los defensores y obligarles a gastar munición. Tenían que trepar por la muralla con escalas y tratar de penetrar en el interior de la fortificación. Ninguno de ellos lo consiguió. La segunda oleada corrió la misma suerte. Mehmed ordenó entonces que las tropas de Anatolia, que habían tomado posiciones al sur de la puerta de Polyandru, se dirigieran hacia el norte, entre la puerta de San Román y la Puerta de Charisio. Todos los sectores habían entrado en combate, pero ningún grupo importante consiguió penetrar en la ciudad. El sultán decidió que era el momento de enviar a las tropas de élite, las mejores unidades de infantería y los jenízaros. En las primeras horas del día, los hombres de Mehmed ya empezaban a dominar con toda evidencia a los extenuados griegos y latinos. Giustiniani, el más sólido pilar de resistencia fue herido, y exigió que se le trasladara a Pera, abandonando a su suerte a sus subordinados. Que el soldado más carismático y valeroso de la defensa vacilara mermó la moral de los asediados, hasta el punto de que muy pronto se hundió la totalidad de la defensa.
Entrada triunfante de Mehmed II
Las súplicas de Constantino XI a Giustiniani para que no abandonara su puesto resultaron inútiles. De esta manera, los combates prosiguieron en puntos aislados, hasta que griegos y latinos, viendo que todo estaba ya perdido, emprendieron la huida a través de la ciudad. Algunos historiadores sostienen que el emperador pudo ser asesinado mientras se dirigía a la Puerta Áurea, otros argumentan que cayó cerca de Santa Sofía, pero la mayoría están casi seguros que Constantino XI  Dragasés perdió la vida cerca de la Puerta de San Román. Allí, al ver que la derrota estaba cerca, se quitó sus insignias imperiales y se arrojó a la batalla, sin saberse nunca más de él. Del resto de defensores se sabe que, según fuentes de la época, Girolamo Minotto y sus venecianos se rindieron y fueron hechos prisioneros, al igual que los hermanos Bocchiardi. Gracias al ansia de pillaje de los marineros turcos, la mayor parte de la flota de Alviso Diedo pudo romper la cadena y huir del Cuerno de Oro hacia el Mármara.
Los turcos arrasaron la ciudad, el pillaje de iglesias, monasterios y residencias privadas dio comienzo, durando hasta tres días. Los cautivos ascendían a unos cincuenta mil, de los cuales únicamente quinientos eran soldados. El resto del ejército cristiano había perecido o huido. En total, los muertos, incluidos víctimas civiles ascendían a unos cuatro mil. Entre los cautivos griegos destacaba el megaduque Lucas Notaras, al cual liberó. No tuvo la misma piedad con los cautivos extranjeros, como Girolamo Minotto, Pere Juliá o el príncipe Orhán, que fueron ejecutados. Leonardo de Quíos, y el cardenal Isidoro de Kiev fueron afortunados, pues el primero logró huir gracias a los mercaderes de Pera, y el segundo oculto bajo los andrajos de un mendigo. La amabilidad mostrada por Mehmed II con los ministros supervivientes del emperador duró poco. Los consejeros del sultán le advirtieron que desconfiase del megadux, por lo que fue ejecutado poco después con sus dos hijos.
Mehmet II, tras finalizar la conquista, quiso demostrar que consideraba a los griegos igual que a los turcos, y para ello procuró el bienestar de la Iglesia Ortodoxa nombrando a un nuevo patriarca. Además, dedicó el resto de su reinado a la consolidación de su Imperio y a la reconstrucción de Constantinopla. 
Fuentes: 
Clot, André. Mehmed II el conquistador de Bizancio. Ed. Planeta
Runciman, Steve. La caída de Constantinopla, 1453. Ed. Reino de Redonda

2 comentarios:

  1. Muy buena la entrada. Además, ahora que me acabo de leer Baudolino me pilla de cerca.

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  2. :) Gracias! Este post, al igual que el de los talibán, es uno de los trabajos de la carrera que tenía cogiendo polvo en la cochera jeje. Una cosa, Baudolino transcurre en Bizancio, pero antes de 1453, no? Por cierto, merece la pena el libro? quiero leer algo de Eco que no sea El nombre de la rosa

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